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Es muy escasa la aplicación práctica que las organizaciones educativas en Colombia hacen de la tesis empresarial que predica aquello de “cuida a tus empleados y ellos cuidarán de tus clientes”. Es realmente paradójico pensar en ello. Y más cuando se pregona el humanismo como atributo diferencial que distancia el sector educativo de otros sectores económicos.

Y es que de cada 10 líderes educativos por lo menos 8 nombran la calidad del servicio dentro de los atributos de valor que sus instituciones educativas ofrecen; argumentando que esa calidad se manifiesta mediante los resultados de las pruebas de estado o su determinada ubicación en los rankings nacionales. Cuando en realidad, la calidad real del servicio educativo está íntimamente ligada con el tejido humano que hace posible los fenómenos de aprendizaje; las personas que logran hacer de ese intercambio humano bien sea de tipo académico, informativo o cultural una experiencia positiva y, sobretodo, transformadora para estudiantes y familias.

Es decir, que no podemos hablar de calidad total sin tener primero una reflexión institucional sobre el bienestar de las personas que hacen posible el día a día al interior de la organización educativa. Y sobre este tema se reflexiona a diario, y nos miramos compungidos los unos a los otros – como si esperáramos el gesto salvador de un tercero – cuando la respuesta está en la propia tarea directiva: primero, capacitación; y, segundo, tiempo para la ejecución de actividades que promuevan principalmente el desarrollo personal de esos colaboradores que realmente son quienes conforman el activo más grande dentro de la proyección institucional.

Este tema está intrínsecamente ligado a la estrategia organizacional. Me refiero a que, dentro de las acciones de alto impacto relacional que planees ejecutar debe estar el crear valor mediante el fortalecimiento de la persona por encima del proceso, y no al revés. Es algo que todo buen líder sabe promover. Pero claro, si pides a tu equipo que se entregue con vocación a su tarea diaria, tú (el líder) serás el primer referente de cómo hacerlo, siendo el ejemplo a seguir mediante esas pequeñas acciones que se manifiestan en ti todos los días.

¿Y entonces qué hay que hacer?

Debes invertir en la gente. Abrir espacio al desarrollo de actividades de crecimiento personal; diseñar encuentros para que puedas ver cómo están tus colaboradores; hacerles preguntas sobre sí mismos, escucharlos y permitir que el ser humano aflore antes que “el trabajador”. Solo así, haciendo protagonista a la persona, empoderándola de su propio proceso, será posible mejorar el engranaje de tu organización.

Y luego, debes continuar invirtiendo. Capacitar a tu equipo, pero no solamente en aspectos típicos del área laboral, sino que debes ampliar la mirada a otros temas profundamente necesarios como el manejo efectivo del tiempo, la importancia del proyecto de vida, talleres de comunicación (momentos donde se promueva la resolución constructiva de problemas diarios) así como el trabajo en equipo, y la formación en muchos otros temas que favorecen el desarrollo de la empatía, la vocación de servicio y la solidaridad dentro del mismo equipo de trabajo.

¿Y para qué?

Simple: para que cada persona que llegue a tu organización pueda sentir que trabaja en un espacio fértil donde se siembra también en ellos como individuos.

Fomentar el desarrollo personal de tus colaboradores, es una manera de aportar socialmente al logro de un país más preparado, más investigativo, reflexivo, tolerante, respetuoso, más líder en procesos de transformación. Si logras tener personas (entiéndase maestros, administrativos, directivos) capaces de ser agentes de cambio y mejora, podrás entonces lograr consecuentemente tener niños y jóvenes que también lo sean.

Es la mejor estrategia organizacional que puedes tener. Es la prueba más fidedigna de calidad institucional.